En esta celebración dominical, vamos a reflexionar sobre la llamada oración sacerdotal del Evangelio según Juan 17, 20-26: ¡Que sean completamente uno! En nuestra provincia eclesiástica se ha mantenido como antiguamente la celebración de la solemnidad de la Ascensión el jueves pasado, 40 días pasado la Resurrección del Señor, siguiendo la Tradición según Los Hechos de los Apóstoles (escrito por san Lucas) Él cual nos relata que, fueron exactamente 40 días, la Ascensión, en la que Jesús subió a los cielos y no volvió a ser visto por nadie.
QUE TODOS SEAN UNO
El deseo de Jesús es que estemos unidos y a la vez trabajemos por la unidad, hay que seguir trabajando, que todas las comunidades de fieles lleven esta misión y nadie se sienta excluido de esta tarea. Pero, para lograr ser misionero tiene que haber comunión, unidad, de lo contrario ¿testigos de que vamos a hacer? Hay que acentuar la comunión en nuestros grupos eclesiales.
Cada quien trabaja desde sus carismas, pero tenemos que seguir un mismo objetivo, plan pastoral, acciones concretas, y estar valorando siempre eso. Sobre todo, llevar el mismo proceso de evangelización, aunque luego cada comunidad de fieles puede tratar de seguir el mismo objetivo, pero con otros métodos adecuados a cada realidad.
Debemos tener en cuenta que unión no es uniformidad como, por ejemplo: hacer las mismas procesiones, vestirnos igual o peinarnos del mismo modo. No es hacer las mismas cosas o caminar de la misma manera, eso no es comunión. Unidad, comunión, es vivir en el amor, perdonarnos, soportarnos, servir y ayudar. El amor es lo que da fuerza a la unidad.
TESTIGOS DEL AMOR
El amor perfecto que se refleja en la Santísima Trinidad es una llamada a vivir de la misma manera. Cuando las primeras comunidades cristianas se amaban, esto era un signo atrayente para los paganos. Miren como se aman decías de las primeras comunidades, por esto querían ser cristianos, para vivir según el ejemplo de vida de los creyentes.
La división es el mayor escándalo que podemos dar los cristianos, ejemplos: que unos sacerdotes estén divididos, que entre parroquias no trabajemos por la unidad. Es algo contrario al ser de nuestra iglesia.
Descubrimos, así, una ley profunda de la realidad: la vida sólo se desarrolla plenamente en la comunión fraterna y justa. Porque “Dios en Cristo no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los seres humanos”206. Ante diversas situaciones que manifiestan la ruptura entre hermanos, nos apremia que la fe católica de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños se manifieste en una vida más digna para todos. El rico magisterio social de la Iglesia nos indica que no podemos concebir una oferta de vida en Cristo sin un dinamismo de liberación integral, de humanización, de reconciliación y de inserción social.
(Documento de Aparecida, 359)
AMOR Y UNIDAD PUEDE SALVAR EL MUNDO
Durante la visita del Papa Francisco a Rumania, en el año 2019, nos recordó la siguiente enseñanza: un monje joven, va donde un monje mayor, anciano. – Padre, apela el joven, la gente me pregunta cuando es el fin del mundo, usted que tiene experiencia que responde; Él expresa: – el fin del mundo, será cuando se acabe el amor. Cuando todos aparten a Dios de sus vidas y ya no exista el camino de ir hacia el otro, por medio del amor y la unidad.
Es claro el objetivo de esta enseñanza: El mundo se va a acabar cuando saquemos a Dios de los ambientes. Si como Iglesia estamos divididos, odiando, se van a destruir las comunidades, las personas. Gracias a Dios aún hoy podemos ver a los jóvenes, familias, que son testigos del amor, siguen su vocación, jóvenes que aspiran a cosas grandes, sirven desinteresadamente. Hay esperanza en nuestra Iglesia católica.
A lo largo de los siglos, hemos visto como la iglesia ha trasformado el mundo: la esclavitud, por ejemplo, la iglesia puso su presencia del amor. Ahora hay otras formas de esclavitud, que la iglesia nos orienta, pero tenemos que seguir luchando para no ser esclavos del pecado, como nos enseña San Pablo: «sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado» (Rm 6,6).
Sigamos creyendo en el amor, no matarnos los unos con los otros, eso sería una derrota para la humanidad. Demos el signo de amor y unidad y eso es lo que transforma las familias y comunidades. La violencia y la guerra no conducen a nada. Que este Evangelio nos ayude a esperar al Espíritu Santo, para vivir especialmente en el amor y la unidad.
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