Este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés. Cincuenta días después de la celebración de la Pascua, culminamos este tiempo de celebración con el memorial de la venida del Espíritu Santo. La misión del Verbo, Nuestro Señor, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnado en la naturaleza humana, se completa y llega a su plenitud por medio de la acción de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Resurrección tiene su efecto en los cristianos por medio de la acción del Espíritu Santo.
En la primera lectura, hemos escuchado el impresionante relato de Pentecostés. Esta fiesta de origen judía, se celebraba al cumplir los cincuenta días de la Pascua judía. Era una celebración de origen agrícola, en el que se recogían las primicias o primeros frutos (cf. Nm 28,27). El relato que hemos escuchado tomado del evangelista Lucas, se enmarca dentro de esta fiesta. El mismo Lucas nos había contado que el Resucitado había ascendido a los cielos, y los discípulos estaban unidos en oración: «alabando y dando gloria a Dios». En ese momento, irrumpe en la escena la acción del Espíritu.
El Espíritu promotor de unidad
El Espíritu se hace presente en medio de los discípulos para llenarlos de su fuerza y unirlos en torno al Resucitado. Recordemos cómo los discípulos se habían dispersado por la aprehensión del Señor. Huyeron llenos de miedo, pues creían que todo había llegado a su fin. Seguramente, las distintas voces los convencieron de separarse. Se acobardaron y se escondieron ante la muerte, ante el pecado, ante el problema, ante las distintas voces. Cuando se les apareció el Resucitado, esto cambió. Ellos recobraron el ánimo y, sobre todo, estaban unidos. Pero cuando el Señor ascendió, no los dejó solos: les envío a un Paráclito que les ayudara a estar unidos.
Esto hace el Espíritu en nuestras vidas: nos ayuda a estar unidos ante los problemas, las adversidades, las dificultades, el pecado y la muerte. En muchas ocasiones, hemos escuchado cómo la unión hace la fuerza. Este hecho que es fundamentalmente humano, también se vive desde la dimensión espiritual. Dios quiere la comunión de los hombres con Él, pero también de los hombres entre sí. La Iglesia es fundamentalmente la comunión de los hermanos que creen en Cristo Resucitado. Sin esa comunión, la co-munidad eclesial no tiene sentido. Por eso, el Espíritu Santo tiene la principal misión de animar esta unidad.
La misión de la Iglesia en unidad
La Iglesia vive su misión desde la unidad. Sin la unidad que es producto de la fuerza y del amor del Espíritu Santo no se pueden enfrentar los retos del día a día. Y, aunque, diferentes voces (lenguas), diferentes pensamientos, diferentes opiniones; es el Espíritu Santo el que otorga la armonía y la comunión a las personas que están dentro de la Iglesia. El amor que irrumpe en la comunidad eclesial, permite a personas de distintas razas, culturas y con distintos pensamientos, lenguas unirse en torno al fin común: la salvación.
Pidamos al Señor la fuerza de su Espíritu para que siga animando a la Iglesia en la unidad. Que sea la fuerza del Espíritu el que nos permita enfrentarnos a todos los problemas, adversidades y dificultades que se le presenta hoy a la comunidad eclesial. Que esta misma fuerza sea la que permita a las familias –Iglesia doméstica– mantener en unidad a todos sus miembros, para que sean capaces de enfrentar el miedo y sentirse animados. ¡Feliz domingo!
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