Estimados hermanos. Celebramos este nuevo domingo una Eucaristía más. La gracia del Señor que nos llama a su mesa inunda nuestro corazón y nos compromete a vivir el mandato misionero. Todos los cristianos, en efecto, somos configurados como discípulos desde nuestro bautismo. Al ser seguidores del Señor, al aprender de su Palabra, al configurarnos con su corazón, los cristianos vamos viviendo en un camino de discipulado cristiano.
El Espíritu del Señor nos impulsa a vivir este misterio: el del seguir al Señor. Además, sin embargo, ese mismo Espíritu nos impulsa a salir de nosotros y configurarnos como misioneros. Todo aquello que «hemos visto y oído» del Señor, todo lo que hemos aprendido de Jesucristo al caminar detrás de él, lo vamos haciendo vida y lo vamos anunciando. Así, todo bautizado que es discípulo, también es misionero.
Particularmente, el evangelio de este domingo nos habla de la condición de misionera de todo bautizado. Nosotros participamos de ese mismo envío que el Señor hizo a los 72 de ir a anunciar el Reino de Dios. Así, como el mismo Cristo es enviado por el Padre, así el Hijo nos envía a nosotros a colaborar con él en la extensión del Reino de su Padre. La aventura misionera llena y plenifica la condición de bautizado y discípulo. Se puede asegurar, que aquel discípulo que no sea misionero, no es un auténtico discípulo.
Anunciar y denunciar
La misión consiste particularmente en anunciar el Reino de Dios, su paz y su justicia. Por eso, en el evangelio de hoy, Jesús nos propone visitar casas y saludar con la paz, visitar enfermos y llevarles la salud, expulsar demonios en su nombre. El anuncio del Reibo invita a los hombres a la paz: Cristo es la paz.
Sin embargo, para alcanzar esa paz, el misionero muchas veces debe denunciar lo que está mal. En este sentido el anuncio misionero, también es un anuncio profético. Sabiendo leer los signos de los tiempos, el discípulo misionero dice aquello que está bien según las categorías del Reino; y, a la vez, dice aquello que debe ser reparado para que el Reino se instaure. Por ello, el bautizado denuncia la injusticia, la maldad, la avaricia, el deseo de poder, la violación a todo derecho humano. El misionero está llamado a llevar paz, una que es fruto de la justicia.
El rechazo al Evangelio
Esta actitud profética muchas veces será recibida con agrado. Generalmente, los más pobres y sencillos la acogerán con agrado y disposición de transformar aquello que necesite ser transformado. En cambio, generalmente, los más ricos y poderosos, no querrán escuchar y cerrarán sus corazones a la predicación del Reino. Por esta razón, el misionero puede sufrir rechazo, burla e incluso persecución, martirio y la muerte. Lo sufrió el propio Cristo y también lo sufriremos aquellos que decidamos seguir al Señor.
Nuestro maestro nos advierte que ser misionero no es fácil. Debemos ir cortos de equipaje, comer lo que nos pongan, ir de itinerantes y confiar en la Providencia divina. Nos envía como «corderos en medio de lobos». Sin embargo, el misionero sabe que está protegido y guiado por la misericordia del señor. El misionero sabe que su vida está en manos de Dios y su misión depende solo de Él.
El éxito de la misión
El éxito de la misión no dependerá de la aceptación o el rechazo del mensaje que el misionero está dispuesto a compartir. El éxito de la misión no consiste en las miles y miles de almas que alguien pueda convertir al Evangelio. En cambio, el éxito de la misión radica en que el misionero que ya es discípulo del Señor comparta su propia experiencia de Dios. Sólo así, el discípulo misionero habrá alcanzado la madurez en la vida y el camino cristiano.
Pensemos hoy, a qué sitio me está enviado el Señor. A qué personas me está pidiendo que le anuncie el mensaje de la misericordia de Dios. No solo pensemos, también actuemos. Vayamos a anunciar la misericordia de Dios, sin importarnos las consecuencias. ¡Feliz domingo!
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