Feliz día del Señor, nos reunimos en torno al altar de la Palabra y de la Cena del Señor como invitados, dispongamos nuestro corazón a la escucha atenta de su Palabra que hoy nos anima a descubrir su voluntad en cada uno de nosotros, desde nuestro interior. También preparemos nuestro ser para recibir a Jesucristo que es el buen samaritano de la Parábola y quiere curarnos, para ser también nosotros prójimo de nuestros hermanos.
CONTEXTO
Hoy quiero tomar de inspiración para el comentario bíblico al evangelio de este día, las palabras del Papa Benedicto XVI sobre esta parábola, en su libro Jesús de Nazareth. Se presenta de entrada en esta escena la pregunta fundamental para el hombre de fe: ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10, 25).
Quien plantea la pregunta es un docto de la ley, y obviamente conocía la respuesta, Jesús se limita a remitirlo a la Sagrada Escritura, a la cual el mismo doctor, responde combinando Deuteronomio 6, 5 y Levítico 19, 18: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo» (Lc 10, 27). El doctor está claro de lo que manda la ley, el problema estaba en su aplicación, esto era en principio la discusión planteada por el letrado. ¿Quién es «el prójimo»?
«”Prójimo” significaba «connacional». El pueblo formaba una comunidad solidaria en la que cada uno tenía responsabilidades para con el otro, en la que cada uno era sostenido por el conjunto y, así, debía considerar al otro «como a sí mismo», como parte de ese conjunto que le asignaba su espacio vital. Entonces, los extranjeros, las gentes pertenecientes a otro pueblo, ¿no eran “prójimos”?».
(BENEDICTO XVI, JESÚS DE NAZARETH, Primera Parte, Image Books Doubleday, New York…, p.236)
Esto contradecía la Escritura, que invitaba a los judíos acoger a los extranjeros, recordando precisamente que ellos habían sido extranjeros en el país de Egipto. Se hablaba también de que el prójimo eran solo aquellos asentados en la tierra de Israel, excluyendo a los herejes, delatores y apóstatas. Por ende, los samaritanos tampoco eran considerados prójimos siendo un pueblo con costumbres abominables.
LA PARÁBOLA
Es una historia realista la que nos presenta el Evangelio, en tal camino se producían esos tipos de asaltos. Un sacerdote y un levita, conocedores de la Ley, pasaron de largo. Tal vez no por ser insensibles, tal vez tuvieron miedo e intentaban llegar lo antes posible a la ciudad; quizás no eran muy diestros y no sabían qué hacer para ayudar, teniendo en cuenta, además, que al parecer no había mucho que hacer.
Finalmente, un samaritano, probablemente un comerciante que conocía la ruta y al propietario del hospedaje cercano. El samaritano que no tenía ninguna obligación de ver en la persona asaltada por los bandidos a su prójimo, porque no pertenecía a la comunidad solidaria de Israel. Es quien se digna ayudar al malherido.
Vemos la actitud que Jesús pone en el samaritano, – contraria al doctor de la ley, quería saber ¿Quién es «el prójimo»? hasta donde puedo hacer caridad, es el fondo la pregunta del doctor- no se pregunta hasta dónde llega su obligación de solidaridad, ni tampoco cuáles son los méritos necesarios para alcanzar la vida eterna. Ocurre algo muy diferente: se le rompe el corazón, se le conmueven las entrañas, es casi el amor que siente una madre por su hijo. Se compadece al ver al hombre casi muerto.
«En virtud del rayo de compasión que le llegó al alma, él mismo se convirtió en prójimo, por encima de cualquier consideración o peligro. Por tanto, aquí la pregunta cambia: no se trata de establecer quién sea o no mi prójimo entre los demás. Se trata de mí mismo. Yo tengo que convertirme en prójimo, de forma que el otro cuente para mí tanto como “yo mismo”.»
(BENEDICTO XVI, JESÚS DE NAZARETH, Primera Parte, Image Books Doubleday, New York…, p.238)
JESÚS SE HA HECHO PRÓJIMO PARA SALVARNOS
El camino de Jerusalén a Jericó aparece, pues, como imagen de la historia universal; el hombre que yace medio muerto al borde del camino es imagen de la humanidad. En el Sacerdote y el Levita, podemos ver personificados en ellos aquello que es propio de la historia: culturas, religiones, etc., no viene la salvación; en el samaritano podemos ver la personificación de Jesús, él único que salva.
«Dios mismo, que para nosotros es el extranjero y el lejano, se ha puesto en camino para venir a hacerse cargo de su criatura maltratada. Dios, el lejano, en Jesucristo se convierte en prójimo. Cura con aceite y vino nuestras heridas —en lo que se ha visto una imagen del don salvífico de los sacramentos— y nos lleva a la posada, la Iglesia, en la que dispone que nos cuiden y donde anticipa lo necesario para costear esos cuidados».
(BENEDICTO XVI, JESÚS DE NAZARETH, Primera Parte, Image Books Doubleday, New York…, p.242).
Esto hermanos tiene implicaciones para cada uno de nosotros sus discípulos, el gran tema del amor que es el punto central del texto. Para que nosotros podamos amar, necesitamos recibir el amor salvador que Dios no regala por medio de su Hijo. Necesitamos ser sanados y agraciados por el amor de Dios.
Solo desde Dios es que podremos convertimos en prójimos para los demás, que no será simple altruismo. cada uno debe convertirse en samaritano: seguir a Cristo y hacerse como Él. Entonces viviremos rectamente. Entonces amaremos de modo apropiado, cuando seamos semejantes a Él, que nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 19).
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