Lo recibió en su casa – Domingo XVI del Tiempo Ordinario (C)

Juan Carlos Rivera Zelaya

julio 15, 2022

Queridos hermanos: seguimos caminando junto a Jesús en estos domingos del Tiempo Ordinario. El evangelio de san Lucas, que estamos leyendo estos domingos, nos permite acompañar a Jesús en su travesía hacia Jerusalén. Ahí aprendemos de su sabiduría, nos vamos configurando como sus discípulos, somos enviados a evangelizar y configurados como misioneros, presenciamos sus milagros y participamos de sus encuentros con distintas personas. Este domingo tenemos la gracia de contemplar el encuentro de Jesús con dos mujeres: Marta y María.

«No pases de largo junto a tu siervo»

«No pases de largo junto a tu siervo» son las palabras que Abraham le dice a Dios y escuchamos hoy en la primera lectura. Estas palabras revelan la condición itinerante y misionera de un Dios que se hace cercano, un Dios que se interesa por llegar a la «tienda» o «casa» del hombre, un Dios que se hace peregrino para hablarle al interior del corazón humano. Y a la vez, estas palabras revelan la recepción que realiza el hombre ante el misterio de Dios que se le hace cercano. El hombre que abre su «tienda» o «casa» y recibe al Señor en el seno de ella.

En efecto, Dios está esperando entrar en nuestro corazón para transformarlo. Mientras escribo esto, recuerdo esas hermosas palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (3, 20). Esta es la escena que hemos visto reflejada en el libro de Génesis: Dios mismo que come con Abraham en su casa. Cuando alguien invita a otra persona a comer a su casa, lo está invitado a establecer una relación de cercanía e intimidad profunda. Esta misma experiencia la vivió Jesús con Marta y María.

Marta lo recibió en su casa

Jesús acostumbraba a establecer relaciones de amistad para dejarnos un ejemplo claro de lo que quería establecer con cada uno de sus discípulos. A él no le importaba quién era la persona o qué había hecho ella. Los evangelios están llenos de escenas en las que Jesús come con pecadores públicos y grandes autoridades de su tiempo. En el evangelio de hoy, contemplamos a Jesús entrando en la casa de una mujer. Algo impensable en esos tiempos, en los que las ellas eran vistas como seres de segunda categoría y, para los hombres judíos solteros era prohibido visitarlas. Pero Jesús rompe esos esquemas y se acerca a Marta.

Jesús (sobre todo en el evangelio de Lucas) muestra un especial cuidado por las mujeres. Él dialoga con ellas, les pide agua en un pozo público, las perdona, libera, defiende y deja que lo sigan. La Iglesia, poco a poco (siguiendo el paso de los avances de la sociedad en la búsqueda de una igualdad entre hombres y mujeres), ha venido valorando más y más esta necesidad de incluir y contar más con las mujeres. Recientemente el papa Francisco ha nombrado a tres mujeres como miembros del dicasterio que elige a los Obispos. Un gran paso renovador en la Iglesia que augura aún más cambios necesarios y pertinentes, que permitirán a la Iglesia ser modelo y ejemplo de la vivencia del evangelio en esta sociedad.

María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada

Pero, además, hay un detalle interesante en esta visita que Jesús les hace a estas mujeres. Mientras Marta estaba afanada con las cosas necesarias para la preparación de la visita de Jesús a su casa, María estaba oyéndolo a sus pies. Ella –según el texto evangélico– había escogido la mejor parte. Recibir a Dios en nuestro hogar (en nuestro interior) tiene un doble propósito: servirlo y escucharlo, o más bien, escucharlo y servirlo. Cuando Dios se acerca a nosotros espera, en primer lugar, que nosotros seamos capaces de escuchar su Palabra para que Ella pueda transformarnos en discípulos que escuchan atentamente y puedan llevar esa Palabra a otros (como san Pablo [cf. segunda lectura]).

Dios se acerca a nosotros con la intención de que lo escuchemos porque esa es la mejor parte de que Él llegue a nuestra casa. Ahora bien, pensemos cómo en cada Eucaristía el Señor pasa al lado de nuestra tienda, de nuestra casa, esperando que nosotros lo invitemos al interior de nuestro corazón. Aquí el Señor nos invita a cenar, a estar con Él y unirnos a Él comulgando. Y, además, nos habla a través de su Palabra. Él quiere que lo escuchemos y que, al salir, lo demos a conocer. Pero, ¿nosotros estamos dispuestos a hacerlo? Reflexionemos hoy: ¿con qué actitud vivo cada Eucaristía? ¿Dejo que pase el Señor y no lo invito a mi casa?

Feliz domingo.

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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