Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios – Domingo XVIII del T.O. (C)

Juan Carlos Rivera Zelaya

julio 29, 2022

Estimados hermanos. Continuamos conociendo más profundamente al Señor, a través de su Palabra en la Eucaristía que nos congrega junto a Él. Él se encarga de comunicarnos su sabiduría y nosotros podemos aprender de ella. Esta Palabra, poco a poco, nos va configurando como discípulos, pero para ello, nos pide ir dejando ciertas actitudes que nos pueden impedir el camino de salvación que cada uno realiza. En este domingo, Nuestro Dios nos advierte de un grave peligro para el hombre: la avaricia, el deseo de acumular, un corazón poseído por el dinero.

El mundo de hoy movido por el dinero

El mundo de hoy está en una situación particular. Casi todos estamos pendientes de la última prenda de vestir, de la último grito en la moda de zapatos, cortes de cabello, gafas, productos para la limpieza del cutis. Estamos muy interesados en ir a gimnasios para vernos bien, visitar las últimas atracciones turísticas y tomarnos fotos para las redes sociales. Otros, con un corazón aún más cerrado, solo piensan en trabajar y acumular riquezas, engrosar las cuentas de su banco para algún día disfrutar de su vida. Y todo eso está bien, siempre y cuando no se vuelvan un fin en sí mismas y nos obsesionen todo el tiempo.

El asunto es que todo esto nos puede llevar a una situación compleja en el que Don Dinero –como lo llamaba el Quijote–, se vuelva una obsesión y un anhelo. El hombre de hoy se esfuerza mucho por acumular y acumular, y no recuerda que al final de su vida, nada de lo que acumule se llevará. Con esto no quiero indicar que el trabajo y los bienes, incluso que verse bien y estar a gusto con uno mismo sea malo, pero la obsesión y el deseo siempre de aparentar una vida plena (cuando no es así) es lo que hoy la Palabra denuncia. El dinero y el placer no lo es todo en la vida. Hay muchísimas más cosas que se nos pueden escapar de las manos, si solo vivimos pensando en el trabajo y el dinero.

Lo contrario

Tampoco el evangelio invita al derroche y al gasto innecesario. Uno podría pensar, al leer el texto de hoy, que debo gastarme todo lo que tengo porque pronto me voy a morir. Tampoco esa es la lección de la parábola que cuenta hoy el Señor. Como todo, el trabajo, la fiesta y el dinero son instrumentos que nos ayudan en diferentes momentos de nuestra vida. El texto nos invita a no ver esos instrumentos o medios como fines en sí mismos. El fin de nuestras vidas es el amor: el amor a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Si el trabajo y el dinero no me ayudan a amar, entonces no están cumpliendo su fin. Si solo son excusas egoístas para olvidarme de los demás, entonces me están destruyendo.

Sobre todo, hermanos, cuando tenemos mucho trabajo, placer y dinero, nos olvidamos de Dios. Es muy fácil para un “rico” olvidarse que necesita a Dios, porque lo tiene todo. Pero tarde o temprano esa vida con la que podría disfrutar su riqueza se acabará, y es muy triste que todo por lo que vivió, termine enterrado. Trabajemos hermanos por aquellos tesoros que nunca se acaban, por los tesoros que son del cielo. Aseguremos nuestra alma allá arriba, allí donde la polilla ni los huracanes pueden destruir nada.

En qué invierto mi tiempo

En esta Eucaristía, los invito a pensar en qué estoy invirtiendo mi tiempo, mi trabajo y mi dinero. ¿Ocupo lo que Dios me ha dado para mirar hacia arriba, para amar y hacer el bien? ¿Solo me interesa mi placer y mi disfrute, y me olvido de lo que tengo para compartir? Que esta Eucaristía me sirva de aliciente para poder ser generoso y vivir más a gusto con Dios y con los hermanos.

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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