Estimados hermanos. Participamos en la Eucaristía dominical, teniendo presente que nuestra vida cristiana depende del alimento que se brinda en ella. En efecto, la Eucaristía nos permite ir creciendo más y más en la experiencia del seguimiento a Cristo y nos va configurando como verdaderos cristianos. En cambio, si un cristiano no deja que su vida sea interpelada por la Eucaristía, tanto la experiencia del seguimiento como la configuración progresiva, irá perdiendo cabida en su vida. Así, por ejemplo, cuando se presentan adversidades y dificultades en el seguimiento de Cristo, fácilmente podríamos renunciar al propio camino cristiano.
Ser radicales del Evangelio
El tema central de las lecturas de hoy es la fidelidad a la Palabra. Dios nos invita a escucharlo para serle fiel, a no tener doblez en nuestro decir y actuar: a ser radicales. Él nos invita a seguirlo completamente, no importando el qué dirán o lo que nos podría pasar. Debemos decir que hoy, como ayer, la vida cristiana no es sencilla. Generalmente ser cristiano es ir contra corriente, porque implica la defensa de unos valores muy bien marcados y la capacidad de renunciar incluso a la propia libertad y vida por ello. Ser cristiano, auténticamente, es tener la capacidad de escuchar y de anunciar el Evangelio de Dios y denunciar lo que está mal. Esto, traerá problemas y debemos estar preparados
Ir contra corriente implica cierta radicalidad. El Señor fue un radical del Evangelio, por eso fue llevado a la cruz por los poderes religiosos y políticos de su momento. Hoy, también se necesitan radicales del Evangelio de la Verdad, la libertad, la justicia y la paz. No se puede vivir en este mundo, llamándose cristianos a medias tintas. Ante el evangelio no se puede decir esto sí lo acepto y esto no. ¡De ninguna manera! El Evangelio es uno y Jesucristo también. Por eso el Señor decía en el texto de hoy que ha venido a traer fuego, división y guerra. Cuando alguien acepta verdaderamente al Señor, tiene que tener claro que su vida será un martirio. Su vida estará lleno de críticas, de señalamientos, de persecución e incluso de muerte. La vida del Señor fue así. A mí me gusta decir: «Criticaron al Señor que es Dios, y a mí no me van a criticar».
La persecución
Pero, entiéndase que cuando cumplimos con nuestro deber cristiano de anunciar con palabras y con nuestra propia vida el Evangelio, vamos a caer mal y a ser perseguidos. Esta es la misión profética que todos hemos adquirido por medio del bautismo. Nuestro destino no será diferente que el de Jeremías (como hemos escuchado hoy) o como el de Jesús, Pablo, Pedro y tantos mártires a lo largo de la historia. El mundo (entiéndase esto como los que ostentan el poder y el dinero), va siempre a perseguir a aquellos que proclaman la libertad, la justicia, el amor y la paz auténtica. Por eso, siempre habrá momentos en los que el mundo y sus poderes políticos, económicos, culturales e ideológicos, estarán en contra de aquellos que intentan vivir de acuerdo al evangelio del Señor.
Y aunque haya lugares o países en los que esta situación se ve palpablemente, la situación de persecución y enfrentamiento entre los valores cristianos y los valores de moda es una situación generalizada. El globalismo de hoy nos intenta meter en la cabeza todo tipo de aberraciones en nuestra mente y tiene una guerra silenciosa con el Evangelio y todo aquello que lo represente. Además, hay lugares en los que de una manera directa los poderosos se enfrentan a todo aquello que les incomode o les recuerde que están haciendo algo mal. Por eso se tiran cruces, se cierran iglesias, se censuran medios de comunicación, se persiguen curas o se expulsan a monjas. El mundo y sus poderes demoníacos están en guerra, y nosotros debemos saber que también lo estamos.
La esperanza de la Resurrección
Esto no es una situación nueva. La vivió Nuestro Señor, la vivieron nuestros antepasados, y la tenemos que vivir nosotros. Pero ante esta guerra, en la que pareciera que somos los perdedores y que no tenemos más remedio que agachar la cabeza y dejar que nos crucifiquen, hoy les recuerdo que después de la muerte en Cristo está el premio de la Resurrección. Esta es una guerra con un final ya anunciado. El Señor nos salvará si somos fieles y radicales. Somos bienaventurados cuando nos persiguen, nos calumnian y nos injurian a causa del nombre del Señor (cf. Mt 5,11-12). Sintámonos dichosos y alegres, porque cuando nos persigan, hablen mal, nos intenten callar o nos señalen, significa que algo estamos haciendo bien y que el destino de nuestra vida estará al lado de aquel que fue injustamente crucificado en el monte Calvario.
¡Que Dios nos bendiga!
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