Estimados hermanos. El Señor nos permite reunirnos en torno a su altar para celebrar nuestra fe cada domingo. Esta fe es el pilar sobre el que se basa nuestra vida cristiana, nuestra relación con Dios y con los hermanos. La fe, más allá de constituir un solo apartado de nuestra vida, es el punto central de nuestra identidad. Somos cristianos católicos que vivimos y celebramos nuestra fe con nuestras vidas, acciones, palabras y circunstancias. Este domingo tenemos la oportunidad de reflexionar y meditar el misterio de la virtud de la fe.
El misterio de la fe
El evangelio de este domingo nos presenta a los discípulos pidiéndole al Señor que les aumente la fe. ¿Pero qué es la fe? En el catecismo aprendemos que la fe es un virtud teologal. Una virtud es un hábito que se vuelve parte de nuestra vida, una acción (acto) que se repite constantemente y que se realiza naturalmente (es decir, sin ningún esfuerzo). Pero esto es solo una parte del gran misterio que revela esta virtud, pues el acto de la fe implica a toda la persona: inteligencia, voluntad y libertad. La fe es un hábito espiritual que implica confianza en Dios, es un sentimiento o experiencia (prefiero la segunda) que se despierta a partir del encuentro con el amor infinito de Dios: un encuentro que desvela la relación afectiva entre Padre e hijo. Este encuentro es un don que solo Dios puede conceder al hombre y que es fundamental para la vivencia cristiana.
Por lo tanto, la fe va más allá del simple hecho de creer en Dios o en realidades espirituales. Alguien puede perfectamente saber mucho sobre Dios o llegar a pensar que lo que se dice sobre él es verdadero, participar en los ritos religiosos constantemente o, incluso, ser miembro o líder de alguna institución religiosa; sin embargo, nunca haber tenido un encuentro personal con Dios que le muestra su amor infinito, le perdona sus pecados y le ofrece un camino de salvación personal. La experiencia del amor de Dios en la vida de toda persona es fundamental para el nacimiento del don de la fe. Y sobre esa relación existencial entre Dios y la persona, que principalmente es una relación paterno-filial, se fundamenta todo lo demás.
La fe es confianza
La relación entre Dios y el hombre se funda en la confianza. El hombre cuando tiene fe, no sabe todo acerca de Dios ni lo que quiere para consigo, pero se fía de él, espera en él, sigue sus pasos y confía en sus designios. Lo conoce, sabe de él y lo ha visto y oído (cf. 1Jn 1,3), pero muchas de sus orientaciones, peticiones y designios le parecerán extraños. Algunos sucesos le parecerán duros y dolorosos (como cuando el Señor le pide a Abraham salir de su tierra o sacrificar a su hijo, cf. Gn 11-18). La persona, a pesar de todos los vaivenes de la vida, gracias a la fe, aprende a confiar en Dios, a aceptar sus designios y esperar en sus promesas. En muchas ocasiones es difícil y se vuelven actos casi imposibles de sobrellevar, pero poco a poco comenzará a comprender.
La fe es un don de Dios que nos va llevando por caminos insospechados. El cristiano que vive su fe es «capaz de mover montañas». Es un don generoso del Señor, que a los ojos del mundo parece insignificante (como un grano de mostaza), pero es capaz de llenar de valor a personas, transformar sociedades, construir lo imposible. Con fe, con la seguridad de que Dios está detrás de nosotros, somos capaces de sobrellevar cualquier problema, adversidad y dolor. Es gracias a esa fe en Nuestro Señor que nuestros amigos, familiares y conocidos, e igualmente nosotros vamos a resucitar al final de nuestra vida. Llenémonos de fe, de confianza, de esperanza, porque –como dice san Pablo– si Dios está con nosotros quién contra nosotros (Cf. Rm 8, 31).
Señor, aumenta nuestra fe
Hoy aprendamos a pedirle al Señor que nos aumente la fe. Esto significa que aumente nuestra capacidad de verlo, de contemplarlo, de adorarlo. Que aumente nuestro deseo de estar con Él y de confiar más en Él. La fe se aumenta en la medida en la que pasamos más tiempo conociendo y descubriendo el misterio de Dios en nuestra vida. La fe se aumenta cuando nos abrimos a la revelación de su amor y su misericordia. Dios quiere mostrársenos, pero ¿nosotros estamos dispuestos a dejarnos interpelar por su amor y su infinita misericordia?
¡Feliz domingo!
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