Queridos hermanos. Nos acercamos un domingo más a la celebración eucarística, momento de la semana en el que nos encontramos como comunidad que celebra su fe. La Eucaristía es el momento de agradecimiento, ese retorno en el que todo hombre de fe da hacia Dios. La Eucaristía nos permite «dar gracias», porque ella toda es una acción de gracias. El Señor nos ha salvado y, por ello, cantamos hoy un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
El evangelio de hoy es continuación directa del Evangelio del domingo pasado. Continuamos la lectura del capítulo 17 de san Lucas. Si recordamos bien, el domingo pasado los discípulos le pedían al Señor que les aumentase la fe. Pues hoy, otra vez, el autor sagrado nos vuelve a poner en el centro de nuestra reflexión el don de la fe. Pero lo hace desde la clave de la obediencia y el agradecimiento. En efecto, quien experimenta ser amado y querido por Dios, quien sabe que su amor inunda su corazón y vida, se fía de él y lo obedece; pero, además, si su fe es grande experimenta el agradecimiento.
La obediencia: clave de la fe
En el evangelio que hemos escuchado hoy contemplamos la historia de diez leprosos que le piden al Señor su compasión. Estos diez hombres se fían del Señor, por eso le piden compasión: saben que Él tiene el poder de sanarlos. Además, al oír lo que les manda y llevarlo a cabo (algo tan sencillo como ir donde el sacerdote), ellos experimentan la sanación. A veces la sanación de nuestros problemas consiste en confiar en el Señor, en fiarnos de lo que nos manda, en obedecerle. Por muy sencillo que parezca, por muy simple que sea su orden: él quiere que nos fiemos de Él en eso sencillo. Durante el camino hará su trabajo, durante el tiempo que empleemos en obedecerle Él hará su obra.
La obediencia es parte fundamental de la fe. Cuando el hombre tiene la experiencia de Dios en su vida, tiene que prestar atención a lo que Dios le dice para que Él pueda salvarlo. Insisto que por muy sencillo que aquello parezca, o a veces por muy complejo que pueda parecer lo que me pide el Señor; Dios quiere que nos salvemos, pero eso no puede hacerlo sin nosotros. Él nos indica el camino: «Id a presentaros a los sacerdotes». Pensemos hoy qué lepra quiere quitarme el Señor de mi vida y qué me está pidiendo Él para sanarme. Seguramente habrá algo concreto que hoy me inspira el Señor.
El agradecimiento: la otra clave
En un segundo momento hemos contemplado cómo uno de los leprosos que cura el Señor vuelve agradecido. El Señor se acerca a nosotros con la intención de sanar nuestras heridas, de ofrecernos su salvación, de hacernos sentir mejor. Y si nos acercamos a Él y le pedimos de su compasión, su corazón de Padre hará que nosotros podamos ser liberados de esas lepras que nos atormentan. Nuestra fe, es decir, nuestra relación con este Dios que es amor infinito, nos permitirá gozar de la experiencia de su compasión y nos liberará de las enfermedades espirituales (e incluso físicas) que nos atormentan constantemente. Quien experimenta esto, debe sentir en su corazón el agradecimiento.
La fe nos lleva a experimentar la gracia de la compasión de Dios, por ello nuestro corazón se siente agradecido. Damos gracias por todo: la vida, la familia, el trabajo, la salud (por lo bueno); y la enfermedad, la soledad, la tristeza, la muerte (por lo malo). El cristiano sabe que todo lo que vive y experimenta es una gracia de Dios. Incluso aquello malo es gracia de Dios, aunque no se entienda o comprenda. Dios quiere salvarnos, y de hecho lo hace, pero ¿nosotros le damos gracias? La invitación que nos hace el Evangelio de hoy es a imitar a este leproso “samaritano”, cuya fe era muy grande. Su corazón experimentó la salvación y el agradecimiento. Nosotros tenemos hoy que dar gracias. Pensemos de qué y elevemos nuestra oración.
Como decía antes, la Eucaristía es el momento de la semana en la que escuchamos al Señor para obedecerlo, y también es el momento en el que podemos darle gracias a Dios Todopoderoso por todos sus bienes. Aprovechemos este momento que nos permite vivir el Señor para regresar a Él y darle gracias por lo bueno y lo malo, porque siempre ha estado con nosotros. ¡Demos gracias a Dios!
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