El Evangelio de hoy (cf. Lucas 19, 1-10) nos sitúa en el camino de Jesús que, dirigiéndose a Jerusalén, se detuvo en Jericó. Había una gran multitud para darle la bienvenida, incluyendo a un hombre llamado Zaqueo, jefe de los “publicanos”; es decir, de los judíos que recaudaban impuestos en nombre del Imperio Romano. Era rico no por sus ganancias honestas, sino porque exigía un “soborno”, lo que aumentaba el desprecio hacia él.
JESÚS ME VE
En este ejemplo de Lucas, podemos ver que Jesús sale al encuentro de la humanidad. Nadie miraba a la cara a Zaqueo, nadie entraba a su casa. Pero la gran sorpresa es darse cuenta que Jesús le conocía. La primera mirada no es la de Zaqueo, sino la de Jesús, que entre los muchos rostros que lo rodeaban busca precisamente el de Zaqueo.
La mirada misericordiosa del Señor nos alcanza antes de que nosotros mismos nos demos cuenta de que necesitamos que Él nos salve. Y con esta mirada del divino Maestro comienza el milagro de la conversión del pecador. De hecho, Jesús lo llama, y lo llama por su nombre: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (v. 5). No lo reprocha, no le echa un “sermón”; le dice que tiene que alojarse en su casa: “tiene que”, porque es la voluntad del Padre. A pesar de los murmullos de la gente, Jesús eligió quedarse en la casa de ese hombre pecador.
(PP. FRANCISCO, Ángelus, 3 de noviembre de 2019).
DIOS CONDENA EL PECADO, NO AL PECADOR
La primera lectura de este día se complementa con este evangelio «Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan» (Sab 11, 23). También nosotros nos habríamos escandalizado por este comportamiento de Jesús. Pero el desprecio y el rechazo hacia el pecador sólo lo aíslan y lo endurecen en el mal que está haciendo contra sí mismo y contra la comunidad. En cambio, Dios condena el pecado, pero trata de salvar al pecador, va en busca de él para traerlo de vuelta al camino correcto.
Lucas resume bien en el siguiente versículo: «…porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). el Hijo del hombre salva lo perdido, lo despreciado, lo que no cuenta ante los ojos humanos. La clave de la salvación está en dejarse encontrar por Dios, dejarse querer por Dios, dejarle la iniciativa, que Él lleve las riendas a Dios.
CONVERSIÓN
La siguiente expresión del Papa sintetiza bien, el encuentro de una persona con el Señor, que le anima a la conversión:
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
(PP. BENEDICTO XVI, Deus Caritas Est,1)
De nuevo nos encontramos con el tema, tan querido por Lucas, de la conversión y sus exigencias. Podemos relacionar este relato con otros dos del mismo evangelio. En primer lugar, con la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18,9-14) del domingo anterior; allí se nos hablaba de un publicano como prototipo del auténtico orante. Aquí otro publicano, Zaqueo, muestra de qué manera la conversión influye en nuestra relación con los bienes materiales. En segundo lugar, el texto de Zaqueo nos recuerda también al de la pecadora arrepentida y perdonada de Lc 7,36-59. Aquí como allí la salvación que llega en la persona de Jesús opera un cambio radical de vida.
La acogida y la atención de Jesús hacia él lo condujo a un claro cambio de mentalidad: en un momento se dio cuenta de lo mezquina que es una vida esclava del dinero, a costa de robar a los demás y recibir su desprecio. […] Zaqueo descubre de Jesús que es posible amar gratuitamente: hasta entonces era tacaño, y ahora se vuelve generoso; le gustaba acopiar, y ahora se regocija en el compartir. Encontrándose con el Amor, descubriendo que es amado a pesar de sus pecados, se vuelve capaz de amar a los demás, haciendo del dinero un signo de solidaridad y de comunión.
(PP. FRANCISCO, Ángelus, 3 de noviembre de 2019).
Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». (Lc 10,5) seguramente cenarían juntos, eso me hace recordar el siguiente pasaje «Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Es lo que hacemos en cada Eucaristía, nos alimentamos del pan de su Palabra y del Pan Eucarístico, no dejemos pasar la gracia de cenar con el Señor en cada eucaristía, bien dispuestos a la conversión.
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