La Iglesia cierra su año litúrgico con la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. Hoy, cerramos este año en el que hemos leído el Evangelio de San Lucas y el próximo domingo abriremos otro ciclo en el que nos introduciremos a reflexionar sobre el misterio de la fe y del amor de Dios a través de la óptica de otro evangelista: San Mateo. Este camino que hemos recorrido con san Lucas nos ha permitido reflexionar sobre la misericordia de Dios, la pobreza espiritual y el discipulado radical al que nos llama Jesús. Hoy contemplamos el Reinado de Cristo desde la perspectiva lucana.
El Reino de Dios: la persona de Jesús
Esta fiesta nos recuerda el principio de la predicación de Cristo que ha venido a mostrar la llegada inminente del Reino de Dios, y a su vez, nos recuerda el final de la historia humana en la que se instaurará definitivamente este Reino. Principio y fin de la historia del ser humano, de la humanidad entera, del Universo. Todo lo que fue, es y será se resumen y centran en el acontecimiento del Verbo de Dios que se hizo hombre para salvar a la humanidad. Ese mismo Dios es el Rey de un nuevo comienzo en la historia del hombre: el tiempo y la historia en la Eternidad.
La predicación de Jesús de Nazaret estaba centrada en el Reino de Dios. Sin embargo, no pensemos en el Reino de Dios como si fuese una institución política o económica. Está más allá de eso pues el Reino de Dios radica en una persona: Jesucristo que abre las puertas de la intimidad de Dios y nos invita a participar de la vida divina uniéndonos a Él. El Reino de Dios es estar con él en el paraíso: es comulgar con Él, común-unirse a Él, entrar con Él al paraíso. De ahí que hoy hayamos escuchado en el Evangelio la frase hermosa que le dice a uno de los bandidos: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 45).
Jesús: el Rey
El Reino de Dios se resume en estar con una persona: con Cristo; puesto que quien está con Cristo ya participa de su Reino. Como lo dice el mismo evangelista san Lucas, cuando Jesús explicaba el Reino: «El reino de Dios no va a venir en forma visible. La gente no dirá: “Está aquí” o “Está allá”. En realidad, el Reino de Dios está entre ustedes» (Lc 17-20-21). El Reino de Dios estaba con los discípulos porque Jesús estaba con Ellos. Y él nos prometió que nunca nos dejaría. En la medida que nos unimos a Él se hace presente ya ese Reino de Dios, está operando entre nosotros y está llevando y sembrando paz en medio de tanto odio, guerra, destrucción, pecado y muerte. El Reino de Cristo está actuando en cada uno de nosotros sus amigos y hermanos.
Cristo es Rey del Universo, es el Rey del Reino de Dios, es el Rey de toda la Creación. Como lo decía la segunda lectura: «en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él» (Col 1, 12-20). Sin embargo, él quiere ser Nuestro Rey. Toda la creación reconoce en Cristo su primacía, pero hay una creatura –que expuesta al pecado y a la tentación del demonio– puede libremente rechazarlo: el hombre. Hemos escuchado en el evangelio cómo los magistrados, soldados y malhechores se burlaban de Cristo. Nosotros también podemos hacerlo cuando lo traicionamos con nuestros pecados, cuando nos alejamos de Él y cuando no nos acordamos de cuánto amor nos ha mostrado al regalarnos la vida.
El Reino de Cristo: estar con Él, amarlo a Él
Cristo ha venido para que nosotros queramos estar con él. Él se nos hace el encontradizo para que podamos experimentar un encuentro personal con Él que nos transforme y queramos seguirlo. Él quiere convertirse en el Rey de nuestra vida. Para ello hace falta que nosotros abramos nuestro corazón y lo reconozcamos como tal. Él quiere convertirse en centro de toda nuestra vida, ocupar el primer lugar en nuestra escala de intereses, de valores, de sueños y aspiraciones. Él ha dado su vida por nosotros y espera de nosotros una respuesta generosa, entregada, confiada y radical. ¿Aceptamos estar con Él, comulgar con Él, amarlo con el mismo amor con el que nos ama?
Que esta celebración nos ayude a pensar, contemplar, agradecer y corresponder al amor inmenso de Aquel que ha muerto en la cruz por nuestra salvación y nos lleve a entregarnos generosamente a su amor infinito. El amor de Cristo nunca falla. Él es el único que nos devolverá mucho más de lo que nos pide. El Reino de Dios consiste en amar a Cristo tal y como Él nos amó. No es más. Es tan simple, pero a la vez complejo, puesto que el amor es complejo. Pero nosotros estamos diseñados para amar y para amarlo. En esta fiesta, pues, abandonemos nuestro corazón, pensamiento y todo nuestro ser en su amor y dejemos que Él sea el Rey de Nuestra vida. ¡Así sea!
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