Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
San León Magno, Papa, Sermón 1 en la Natividad del Señor 1-3
EL VERBO SE HIZO CARNE
La elección del Prólogo de san Juan no podía ser más acertada. El niño que ha nacido es el Verbo de Dios, la Palabra del Señor encarnada. Es lo que Juan Bautista anunciaba. Ahora que esta Palabra se ha encarnado, de un extremo al otro de la tierra se verá la salvación de nuestro Dios (Is 52, 7-10). Es el tema de la 1ª. lectura. Por su parte, la carta a los Hebreos nos muestra cómo Dios nos ha hablado en esta etapa final por su Hijo, su Enviado (Heb 1, 1-6).
De hecho, toda la liturgia de la Palabra de esta celebración del día de Navidad, está centrada en el mensaje de Dios, en el conocimiento de su plan de salvación que ha revelado en su Hijo. En adelante, el «misterio» será para nosotros no lo que no entendemos, sino al contrario lo que nos ha sido revelado del designio de salvación de Dios mediante su Hijo, el enviado (Col 1, 25-29). El niño que acaba de nacer es «el mensajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia que anuncia la salvación» (1ª. lectura). En este niño «el Señor ha dado a conocer la fuerza de su brazo ante todas las naciones, y de un confín al otro contemplarán la salvación de Dios».
DIOS SE DA A CONOCER
La Iglesia medita esta sorprendente pero actual y maravillosa realidad, y canta su entusiasmo con el salmo 97: Los confines de la tierra han contemplado, la salvación de nuestro Dios… El ha dado a conocer su salvación, a los ojos de las naciones ha revelado su justicia.
Es la conclusión de una larguísima historia. Llega de pronto a su punto culminante con el envío del Verbo, después de infructuosas tentativas de Dios para que nos abriésemos a un diálogo. Indudablemente, Dios habló a nuestros padres a través de los profetas en formas fragmentarias y diversas; pero en estos últimos tiempos, en estos días en que estamos, nos ha hablado por medio de su Hijo… (Heb 1, 1-2).
Y «estos días en que estamos» han de entenderse en estrecho y estricto sentido: ahora, para nosotros, hoy, a quienes celebramos la Navidad como un hoy que es una Pascua. No es poesía, no es una manera de hablar; desde ahora no habrá que extrañarse ya de esto. Dios nos habla por medio de su Hijo y nos revela su plan de salvación.
CONVERSIÓN, LA RESPUESTA QUE ESPERA NUESTRO REDENTOR
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.
Ibíd
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