MANIFESTACIÓN DEL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – BAUTISMO DEL SEÑOR (A)

Paúl Fernando Tinoco Mejía

enero 7, 2023

Con la Fiesta del Bautismo del Señor, prolongación de la Epifanía, concluye el tiempo de la Navidad y se inicia el Tiempo Ordinario. Mientras Juan bautiza a Jesús a orillas del Jordán sucede algo grandioso: los cielos se abren, se oye la voz del Padre y el Espíritu Santo desciende en forma visible sobre Jesús. Se trata de una manifestación del misterio de la Santísima Trinidad.

(Directorio Homilético, 131)

LA TRINIDAD SOLIDARIA CON EL HOMBRE

Jesús insiste ante la negativa de Juan de no querer bautizarlo, Y esta insistencia manifiesta su intención: ser solidario con los pecadores. Quiere estar donde están ellos. Lo mismo expresa el apóstol Pablo, pero con un tipo de lenguaje diferente: «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar por nuestros pecados» (2 Cor 5,21).

El Padre que «tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16), se complace en el deseo del Hijo de querer rescatar al género humano de la esclavitud del pecado. El Espíritu Santo es quien hace capaz al hombre de percibir este deseo del Padre y así poder vivir en la salvación que nos trae nuestro Señor.

Por tanto, podemos escuchar el texto del profeta Isaías de este día como una prolongación de las palabras del Padre en el corazón de Jesús: «Tú eres mi Hijo, el amado» (Mt 3,17). Su diálogo de amor continúa: «mi elegido, a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi espíritu… Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones» (Is 42,1. 6).

UN BAUTISMO SIMBÓLICO DE LO QUE SERÍA SU VERDADERO BAUTISMO EN LA CRUZ

Jesús comienza su misión después del bautismo que recibe de Juan, el Espíritu lo conduce al desierto donde es tentado por satanas. Durante su maravillosa predicación, marcada por milagros prodigiosos, Jesús afirma en una ocasión: «Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!» (Lc 12,50) refiriéndose así a su propia muerte.

Así comprendemos como el bautismo recibido por Juan no es el definitivo, sino una acción simbólica, de lo que se habría cumplir en el Bautismo de su agonía y muerte en la Cruz. Es en la cruz donde Jesús se revela concretamente y en completa solidaridad con los pecadores. Es en la Cruz donde «Dios lo hizo expiar por nuestros pecados» (2 Cor 5,21) y donde «nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito» (Gal 3,13).

Pero por la Cruz y la Muerte, Jesús es también liberado de las aguas, llamado a la Resurrección por la voz del Padre que dice: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado… Yo seré para él un Padre y el será para mí un Hijo» (Heb 1,5). Esta escena de muerte y resurrección es una obra de arte escrita y dirigida por el Espíritu. La voz del Señor sobre las grandes aguas de la muerte, con fuerza y poder, saca a su Hijo de la muerte. «La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica».

(Directorio Homilético, 136)

HIJOS EN EL “HIJO”

El verdadero bautismo de Cristo en la cruz, es modelo para el nuestro. En el Bautismo descendemos con Cristo a las aguas de la muerte, donde son lavados nuestros pecados. Luego de sumergirnos con Él, con Él salimos de las aguas y escuchamos nuevamente la voz potente: ¡Amado! Mi predilecto. No por nuestros propios méritos, sino porque Cristo en su infinito amor ha deseado compartir con nosotros su relación con el Padre.

Junto a Jesús en cada Eucaristía rezamos el Padre Nuestro, porque con Él, sentimos dirigida a nosotros mismos la voz del Padre que llama «amado» al Hijo. Que esta solemnidad nos ayude a renovar nuestras promesas bautismales. Honremos hoy, pues, el bautismo de Cristo y celebremos como es debido esta festividad con las palabras de San Gregorio:

Procurad una limpieza de espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a Dios como la conversión y salvación del hombre, ya que para él tienen lugar todas estas palabras y misterios; sed como lumbreras en medio del mundo, como una fuerza vital para los demás hombres; si así lo hacéis, llegaréis a ser luces perfectas en la presencia de aquella gran luz, impregnados de sus resplandores celestiales, iluminados de un modo más claro y puro por la Trinidad, de la cual habéis recibido ahora, con menos plenitud, un único rayo proveniente de la única Divinidad, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

(Gregorio Nacianceno, Sermón 39, En las sagradas Luminarias, PG 358-359)
Paúl Fernando Tinoco Mejía

Presbítero de la Diócesis de Matagalpa-Nicaragua. Rector del Seminario Mayor San Luis Gonzaga de la Diócesis de Matagalpa.

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