COHERENCIA DE VIDA
El capítulo 58 del profeta Isaías es una orden del Señor para que el profeta denuncie ciertos pecados y rebeldías del pueblo, y en particular la práctica de algunas formas de piedad sin tener en cuenta sus exigencias profundas. Creemos muchas veces en un Dios premiador si nos portamos bien o si cumplimos con acciones determinadas, pero cuando el Señor responde de un modo diferente al previsto, el pueblo se queja de no ser escuchado. Esta búsqueda de la voluntad del Señor está enturbiada por comportamientos injustos (explotación, violencia e hipocresía: Is 58,3-5) que acompañan las prácticas rituales.
En contraposición a esta manera formalista y meramente ritual de practicar el ayuno, el Señor describe cuál es el auténtico ayuno que él espera: liberación de la opresión y la tiranía, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y evitar la calumnia (Is 58,6-7.9-10). En tales condiciones el Señor se hace presente y acompaña el camino de su pueblo. Como en el desierto, lo precede y lo sigue, se convierte para él en luz en medio de la noche, lo guía y lo alimenta.
La mención del desierto (Is 58,11) desemboca en una afirmación de sabor sapiencial: el pueblo mismo se convierte en huerto y en fuente de aguas (véase Is 41,17-20; Sal 1,3). Aunque las cosas no salgan según nuestros planes, sabremos dar el verdadero sentido a lo que ocurre, tomaremos las mejores decisiones para bien de los nuestros. Seguiremos siendo fieles al plan de Dios para la humanidad.
Los discípulos del Señor están llamados a dar nuevo «sabor» al mundo, y a preservarlo de la corrupción, con la sabiduría de Dios, que resplandece plenamente en el rostro del Hijo, porque él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Unidos a él, los cristianos pueden difundir en medio de las tinieblas de la indiferencia y del egoísmo la luz del amor de Dios, verdadera sabiduría que da significado a la existencia y a la actuación de los hombres. (Benedicto XVI, Ángelus 06-02-2011)
(Benedicto XVI, Ángelus 06-02-2011)
SAL Y LUZ
En los dones del Espíritu Santo encontramos el don de la sabiduría, que se explica como un saborear las cosas de Dios. Al mismo tiempo nos ayudará a vivir la vida con pleno sentido, disfrutarla, lejos de que nos resulte rutinaria, aburrida, algo así parece sugerirnos la imagen de la sal. El alimento que no tiene sal o el alimento que, si tiene, están cocinados de igual forma, pero falta algo.
La clave de la conversión no es sobre todo dejar de hacer cosas o hacer más cosas, por mera rutina, si no saboreando, dándole gracias a Dios continuamente en medio de ella. Poner fe en nuestra vida, poner sal y veremos cómo se ve distinto. Quizás falta vivir el día a día descubriendo la presencia de Dios. Amar en todo, en todo amar y servir, porque no es lo mismo cumplir y arrastrar la vida con sus deberes, que amar en todo.
La sal, en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. La luz es la primera obra de Dios creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con la luz, como proclama el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119, 105)
(Benedicto XVI, Ángelus 06-02-2011).
LUZ PARA LOS DEMAS
Ser luz para los demás, tenemos vocación a reflejar la luz de Cristo. Estamos llamados como a ser la luna para el sol, no tenemos luz propia, estamos llamados a reflejar esa luz del Sol que es Dios. No llamados a lucirnos, porque pretenderíamos ocupar el lugar que solo se merece Jesucristo. Cuestionar a los que están alrededor, que nuestra vida es inexplicable sin Dios, que nos alimenta para dar amor a los demás.
Ese ser luz se revela en lo concreto y en lo material. Veamos lo que dice Santiago 2, 14-17: «Hermanos, si uno dice que tiene fe, pero no viene con obras, ¿de qué le sirve? ¿Acaso lo salvará esa fe? Si un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse ni qué comer, y ustedes les dicen: «Que les vaya bien, caliéntense y aliméntense», sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué les sirve eso? Lo mismo ocurre con la fe: si no produce obras, es que está muerta».
En cierto modo somos llamados a ser la voz de Dios, los dedos, los pies. Hasta qué punto hemos permitido que Dios se sirva de los medios que nosotros tenemos para llevar su amor a los demás. La Virgen María que fue sal del mundo y luz del mundo nos ayude a dar sabor y sentido a la vida.
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