La ley del Señor – VI Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Juan Carlos Rivera Zelaya

febrero 11, 2023

Queridos hermanos. Nos reunimos en torno a la mesa del pan y de la Palabra para celebrar nuestra fe. Este domingo, continuamos con el itinerario de discipulado que nos proponen los domingos del tiempo Ordinario. Especialmente, estos domingos del ciclo A marcados por el evangelio de Mateo, antes de la Cuaresma estamos escuchando el capítulo quinto de este texto, que nos presentan el famoso Sermón de la montaña. Hace dos domingos iniciamos esta lectura con las bienaventuranzas. Hoy, continuamos escuchando este sermón y Jesús nos dice que viene a dar plenitud a la ley. Sobre este tema centraremos esta reflexión.

La ley de Israel

Los israelitas habían recibido por medio de Moisés la ley. El Pentateuco (y sobre todo los libros del Éxodo, Número y Deuteronomio) explica cómo los israelitas debían comportarse en su relación a Dios y a los hermanos, guardando la alianza (compromiso o pacto con Dios) a través del cumplimiento de la ley. La ley estaba contenida principalmente en los 10 mandamientos entregados a Moisés en unas tablas y explicitada en una serie de normas (más de 600) que regulaban todo tipo de actividades: desde las familiares, hasta las cultuales y comerciales.

La ley es comprendida como un verdadero tesoro para Israel. Es un camino de salvación que vuelve dichoso a quien lo sigue, tal y como lo dice el salmo 118 que leemos hoy: «Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón». El justo se presenta como aquel que escucha la ley y la pone en práctica, que guarda incluso aquellos pequeños e insignificantes detalles de esta ley para no desviarse del camino que le pide el Señor. Por el contrario, quien rompía la ley, no la enseñaba o la enseñaba mal era considerado como un pecador e impuro.  

La libertad del hombre ante la ley

La ley del Señor, sus normas y preceptos, son presentados ante todo como una propuesta de salvación. Dios tiene presente una característica importante de la condición humana: su libertad. El hombre ha sido creado libre y ha podido siempre optar por seguir la ley del Señor y/o tomar otro camino. Esto lo explica muy bien el libro del Eclesiástico, del cual escuchamos hoy la primera lectura: «Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera». Las frases: «si quieres», «ante los hombres», «lo que prefiera»; nos dan indicios de que efectivamente el camino de la ley es una propuesta.

Evidentemente, esa propuesta implica una decisión y, por lo tanto, una consecuencia. Los textos sagrados nos explican lo que sucede con aquel que decide libremente seguir la ley del Señor. La Sagrada Escritura está llena de elogios y buenos augurios para aquellos que quieran seguir la ley del Señor. Nuevamente el salmo de hoy nos lo dice: «Haz bien a tu siervo: viviré y cumpliré tus palabras; ábreme los ojos, y contemplaré las maravillas de tu ley». Esas maravillas consisten en saber que Dios está con aquel que es justo, es decir que cumple la ley. En cambio, quien no sigue los caminos del Señor tiene un futuro poco alentador. No nos centraremos en eso, pero había que decirlo.

La radicalidad de Jesús

El evangelio de hoy va en la misma línea de lo que hemos dicho. Jesús ante sus discípulos se presenta como aquel que ha venido a dar plenitud a la ley: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley». Podemos llegar a pensar que Jesús fue un maestro que revolucionó toda la moral y costumbres de su época. De alguna manera lo hizo, pero no cambiando la ley, sino dándole plenitud. Esto quiere decir que vino a explicar bien la ley y a conducirla a su verdadero sentido: el amor.

Hoy hemos escuchado  cuatro normas: no matar, no cometer adulterio, no te divorciarás, no jurarás en falso. Esas normas tenían sus matices e interpretaciones. Algunos habían de alguna manera «acomodado» e «interpretado» esas normas a su propia conveniencia. Otros las cumplían, teniendo pendiente algunos otros asuntos igualmente graves o peores. No quiero entrar en explicar cada una. Lo que sí me gustaría que prestásemos atención es la radicalidad a la que nos invita el Señor. Muchas veces pensamos en que por ser cristianos debemos relajarnos y dejar pasar todo. El Señor hoy nos invita a ir más allá de las normas, a tratar de ser justos hasta en los más mínimos detalles.

La ley del mundo

Vivimos en un mundo de relativismo moral. Hoy, estamos ante una nueva ley, tal como lo decía el papa Benedicto XVI, la del relativismo. Parece que cada uno tuviera su propia ley y brújula moral. Esto cada vez más afecta a los cristianos. Nos podemos encontrar hoy con cristianos que aseguran que lo son y, por ejemplo, apoyan el asesinato de una vida humana en gestación o la guerra a un país vecino. Entre nosotros mismos cada vez más nos ponemos por encima de la ley del Señor, y no solo porque lo pensamos, sino porque lo hacemos. Muchas veces creyendo que «como todo el mundo lo hace» por qué yo no lo puedo hacer, caemos en traicionar a nuestros propios principios y costumbres.

Para un cristiano que quiere seguir a Jesús con radicalidad, cada vez es más difícil presentarse ante el mundo e incluso ante los propios cristianos. El simple hecho de rezar ya es visto como un acto de rebeldía ante los nuevos valores y leyes de la sociedad. Se nos ve como raros y pasados de moda. Pero eso no nos debe asustar. Estamos llamados a ser sal y luz de la tierra –como decía el evangelio del domingo pasado– y a dar testimonio con nuestra alegría espiritual que cumplir con la ley del Señor nos da verdadera felicidad en este mundo.

¡Feliz domingo!

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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