Hermanos. Avanzamos en el itinerario de la celebración de la Cuaresma. El camino de la Cuaresma tiene un fin concreto: la experiencia de la Resurrección. Este tiempo nos ayuda a reconocer que, al final de nuestras vidas, está la esperanza de que siempre el bien vence al mal y que Dios tiene la última palabra. Ante las vicisitudes de la vida, ante los problemas y necesidades de los hombres, debemos confiar que Dios interviene en la historia: incluso para socorrer a los hombres en las pequeñas necesidades. El tema central de las lecturas es la intervención salvífica de Dios en la historia. El signo que se usa es la sed.
Dios interviene
La gran pregunta del hombre hacia Dios es ¿por qué? ¿Por qué el dolor, por qué el sufrimiento, por qué la angustia? ¿Acaso Dios no está con nosotros? ¿Le interesamos a Dios? ¿Por qué si es tan poderoso permite que sucedan muertes, guerras, enfermedades, destrucción? Estas mismas preguntas se las hacían los israelitas al salir de Egipto. Siguiendo la voluntad y la acción salvífica de Dios, en un tiempo de prueba (en el desierto), la estaban pasando mal: no tenían agua. ¿Habían tentado al Señor preguntándose?: «¿Está el Señor entre nosotros o no?» (Ex 17,7).
Por otro lado, el agua es un símbolo de vida. El hecho de que les faltara el agua es un bastante interesante. El agua que da vida de la que hablará el evangelio, solo la puede brindar el Señor, y él interviene golpeando de la roca que mana agua para dar esa salvación. Este relato del Éxodo tiene esta intención: recordarnos que Dios interviene en la historia, que no es un Dios desinteresado, que cuando nos sentimos tentados a pensar que no interviene es por nuestra soberbia y falta de discernimiento.
La cuaresma también es una oportunidad para recordar que Dios interviene en la historia. Nuestras cruces, nuestras enfermedades, nuestras plagas, nuestras guerras tienen una razón de ser. Pero nos falta ver con los ojos de Cristo, nos falta discernir los signos de los tiempos, y ante estos tomar acciones concretas. Hoy, todo lo que pasa en el mundo son signos de la intervención de Dios. ¿Vamos a renegar en contra de Dios, o vamos a preguntarnos qué quiere decirnos el Señor?
La intervención de Jesucristo
Cuando pecamos experimentamos la sed más grande que un hombre pueda tener. Puesto que la fuente de la vida, que es Dios y su gracia, ha sido cortada por el drama de la desobediencia. Y no es porque Dios no quiera a los pecadores, sino porque el pecado aleja al hombre de la vida en relación con Dios. El pecado es el rechazo a la voluntad de Dios, a su amor, a su ternura, a su cuidado, a su protección. Eso se puede comprobar fácilmente: cuando hay pecado, generalmente hay un vacío existencial que solo puede ser llenado con el perdón, la misericordia y el amor.
Jesucristo ha reabierto la oportunidad de que podamos tener una relación con Dios. Con él se ha establecido una relación auténtica de Dios y nosotros. Por su muerte y resurrección, la sed (necesidad) de vida se ha saciado. De esto nos habla la segunda lectura de hoy. Por medio de la acción salvífica de Dios (de la intervención de su Hijo en la historia), es posible la salvación. La roca de la que hablaba la primera lectura es Cristo. Dice san Pablo: esa roca de donde sale el agua de la salvación que calma la sed del pecado y que muestra cómo Dios interviene en la historia: «Y la roca era Cristo» (1Cor 10,4).
Jesucristo da el agua
¿Qué debemos hacer para asociarnos a esa acción? El evangelio tiene la respuesta: creer en Jesucristo y en su acción liberadora: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». Jesús es el mismo Dios del Antiguo Testamento que ahora quiere fundar una nueva relación con la humanidad: un culto en espíritu y en verdad. Ese culto lo realizan los adoradores que experimentan la gracia del Espíritu Santo que nos hace llamar a Dios Padre: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Gal 4,6).
Repito la idea, que es central no solo para la cuaresma sino para toda la vida: El agua viva que nos da Jesús es el Espíritu Santo (cf. Jn 7, 37-39) que nos hará clamar Padre. Por Jesucristo (la roca) se nos da el Espíritu Santo (el agua) y somos conducidos a Dios Padre. Él a su vez nos trata como hijos en el Hijo: por que en verdad somos hijos de Dios.
Para Salvarnos
¡Dios interviene en la historia para salvarnos! Pero no lo vemos. ¡No lo vemos! Hay tanto signos que nos dice que algo está pasando: las enfermedades, las guerras, las crisis, los problemas: son llamadas de Dios al hombre para que analice cómo está viviendo. Como dice el Evangelio: ¡levantemos los ojos y contemplemos! Estamos muy mal: poniendo nuestra atención y confianza en otras cosas y no en Dios: en el dinero, en el placer, en el poder, en nuestro egoísmo, en nuestra soberbia, en nuestra ciencia (los seis maridos de la samaritana).
Dios quiere salvarnos e interviene. Lo que pasa en el mundo, lejos de ser un castigo, es una señal. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué nos quiere decir Dios? ¿Cómo estoy viviendo mi relación con él? ¿Acaso tengo más confianza en mí mismo, en mi dinero, en mi trabajo, en mis fuerzas, en mi gobierno, en mi familia? ¿Quiénes son esos maridos que no me dejan adorar a Dios y beber del agua de la vida? ¿Qué nos falta para convertirnos?
¡Feliz domingo!
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