1. Quiénes somos
Las vírgenes consagradas somos mujeres que hacemos un desposorio místico con Jesucristo y nos entregamos al servicio de la Iglesia, vivimos en el mundo sin ser del mundo, siendo sal y luz. Hace 50 años la Sagrada Congregación para el Culto Divino, por mandato de san Pablo VI, promulgaba el nuevo Rito de la Consagración de las vírgenes y de esta forma quedaba restaurado en la Iglesia el Orden de las Vírgenes.
El Ordo Virginum u Orden de las Vírgenes, es una vocación antigua pero nueva. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el numeral 922 explica que:
Desde los tiempos apostólicos, vírgenes (Cf. 1 Co 7, 34-36) y viudas cristianas (Cf. Vita consecrata, 7) llamadas por el Señor para consagrarse a Él enteramente con una libertad mayor de corazón, de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua “a causa del Reino de los cielos” (Mt 19, 12).
2. ¿Qué hacemos?
El rito de consagración es bellísimo, quienes hemos sido consagradas nos gozamos en recordar ese día con gratitud, alegría y esperanza. Ese día el Obispo nos entrega tres insignias: el velo, el anillo y el libro de la Liturgia de las Horas. Las vírgenes consagradas procuramos ser el reflejo de la Iglesia Esposa en nuestra vida diaria, ejercemos trabajos civiles, no usamos un hábito en particular, llevamos una vida de oración, nos unimos a la oración de la Iglesia con la Liturgia de las Horas, nos alimentamos y fortalecemos con los Sacramentos y la Palabra de Dios, somos indignas Esposas de Cristo que queremos amar con fidelidad a nuestro amado Jesucristo y ser santas. Realizamos un apostolado en nuestras diócesis según nuestros propios carismas. Podemos vivir solas, con nuestras familias o asociadas a otras vírgenes consagradas.
3. 50 años
El Papa Francisco nos envió un mensaje muy contundente del que quiero destacar esta parte:
Vuestra forma de vida encuentra su primera fuente en el Rito, tiene su configuración jurídica en el can. 604 del Código de Derecho Canónico, y desde 2018 en la Instrucción Ecclesiae Sponsae imago. Vuestra llamada pone de relieve la inagotable y multiforme riqueza de los dones del Espíritu del Resucitado, que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). Al mismo tiempo, es un signo de esperanza: la fidelidad del Padre pone aún hoy en el corazón de algunas mujeres el deseo de ser consagradas al Señor en la virginidad vivida en su ambiente social y cultural ordinario, arraigadas en una Iglesia particular, en una forma de vida antigua y al mismo tiempo nueva y moderna.
Que la Virgen María, madre de las vírgenes, ruegue por nosotras. Amén.
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