Sobre Escatología: Novísimos o postrimerías

Orlando Valle

noviembre 5, 2020

Muchas veces hemos escuchado hablar de temas como la muerte, el cielo, el infierno, el juicio o el purgatorio. Debatimos: “¿cómo será? o ¿qué es?” Pero pocas veces nos detenemos a meditar en estas realidades de fe que nos implican a todos, es más, me atrevería a decir que ni las conocemos de una manera más exhaustiva y eso que lo profesamos en el credo los domingos en Misa.

Pero ya cayendo a lo que nos interesa, ¿qué es la escatología?: es la rama de la teología sistemática que trata sobre los novísimos (cosas últimas del ser): muerte, juicio, cielo, infierno o purgatorio. Las verdades esenciales de la escatología han sido definidas principalmente en el cuarto Concilio de Laterano (1215) y en la constitución Benedictus Deus del Papa Benedicto XII, en 1936.

En los libros santos se llaman novísimos a las cosas que nos sucederán al final de nuestra vida, en el ocaso de nuestra existencia. La palabra “novísimos” viene del latín novissimus – último, postrero o postrimerías. La meditación seria y frecuente de estas 5 verdades (en otros documentos eclesiales identifican 4) son el mejor medio para evitar el pecado como dice el Espíritu Santo: «en todas tus acciones acuérdate de tus postrimerías, y nunca pecarás» (Ecle 8, 40).

Así como la amenaza del castigo aparta al niño de sus travesuras, del mismo modo los temores de los castigos de la otra vida nos apartan del pecado y nos hacen vivir una vida con miras a que hay un más allá y realidades que me esperan según hayamos vivido. Esto se confirma con el ejemplo de muchos santos quienes se convirtieron o se perfeccionaron con la meditación constante de estas realidades.

1. La muerte

La primera de la cual hablaremos es la que nos espera a cada uno de nosotros en el fin de nuestra vida y de la cual no podemos escapar como lo dijo San Francisco de Asís: “la muerte”. Inmediatamente después de morir seremos presentados por nuestro ángel de la guarda ante el trono de Dios para nuestro juicio particular.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. CEC 1021). Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en el juicio particular donde será juzgado en el amor, bien a través de la purificación, bien para entrar inmediatamente a la visión beatifica o bien para condenarse eternamente en el infierno. En este sentido San Juan de la Cruz habla del juicio particular de cada uno diciendo que «a la tarde, te examinaran en el amor» (cf. CEC 1021 – 1022).

2. El cielo

San Pablo escribe: «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman». (1Cor 2, 9). Después del juicio particular, los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados van al cielo. Viven en Dios, lo ven tal cual es. Están para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, gozan de su felicidad, de su Bien, de la Verdad y de la Belleza de Dios.

Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama el cielo. Es Cristo quien, por su muerte y Resurrección, nos ha «abierto el cielo». Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los que llegan al cielo viven «en Él», aún más, encuentran allí su verdadera identidad. (CEC 1023-1026.)

3. Purgatorio

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.

Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: «Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado» (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.

“Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo”. “La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura” (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:

«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que, si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro» (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3). (Cf. CEC 1030-1032)

4. Infierno

El infierno significa permanecer separados de Él, de nuestro Creador y nuestro fin- para siempre por nuestra propia y libre elección, morir en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios es elegir este fin para siempre.

La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno». La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. La pena principal del infierno es

Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión). (cf. CEC 1033-1036)

La vida tiene sus días contados. Vivir equivale a la realización en el sufrimiento y, al cabo, sucumbir. Toda criatura es como una gota segregada del infinito 6céano que ha de acrisolarse en la libertad. Arrojada a las orillas del mundo será resecada por el sol ardiente de su existir para finalmente evaporarse y regresar al mar. De ahí se desprenden las postrimerías: muerte, juicio, purgatorio, infierno y gloria. Dios nos de la gracia de perseverar hasta el final y poder alcanzar la vida eterna.

Orlando Valle

Orlando Valle

Laico comprometido, ministro extraordinario de la comunión, formador
y coordinador en su ciudad de la Asociación Pública de Fieles “Comunidad Cristiana Hijos de Dios”. Sébaco – Nicaragua.

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2 Comentarios

  1. Martha Rocío Molinar Martín del Campo

    Bu nos días. Todavía no hay f cha para el curso de Sagradas Escrituras?. Gracias. Bendiciones

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