Nos acercamos en este domingo al final del año litúrgico que culminaremos con la fiesta de Cristo Rey del Universo. Además, en este mes de noviembre, la Iglesia nos invita a centrar nuestra mirada en el final: qué pasará después de esta vida, qué nos espera de la muerte. Por esa razón empezamos noviembre con dos fiestas importantes: la Solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos.
Las lecturas de este XXXII Domingo del Tiempo Ordinario están contextualizadas litúrgicamente en este sentido teológico y mistagógico que la liturgia nos propone, el sentido de la escatología (la meditación de los novísimos o las postrimerías – cielo, muerte, infierno, purgatorio). Recomiendo ampliamente consultar el artículo publicado en este blog acerca de las cosas últimas, por O. Valle. Link aquí. Por tal razón, las lecturas de este domingo tienen como tema central el encuentro entre el hombre y Dios.
Lee las lecturas de la Liturgia de la Palabra que inspiraron esta reflexión aquí:
La tensión escatológica
Hemos de decir en primer lugar que la fe cristiana es una experiencia del escáton (palabra griega que significa las últimas cosas). Con Jesús se ha empezado el tiempo del Reino de Dios, él es el Reino de Dios, en su persona se da el encuentro del novio (Dios) con las vírgenes (el hombre) que inaugura los últimos tiempos. La Iglesia, la comunidad de fe, vive en la tensión constante de gozar el encuentro entre Dios y los hombres de una forma privilegiada en los sacramentos, en la celebración y escucha de la Palabra, en la oración personal. Es una tensión constante de gozar ya de los bienes del Reino, pero en un todavía no realizado plenamente, pues eso se ha de experimentar en la Parusía (segunda venida).
El evangelio que hemos leído (escuchado) en este domingo está tomado del capítulo 25 de san Mateo y pertenece a la llamada sección escatológica de este texto. Este capítulo lo leeremos completo en estos próximos domingos y recoge dos parábolas (las vírgenes prudentes y los talentos) y una exhortación de Jesús sobre las obras de misericordia. En todo este capítulo hay dos temas centrales: el primero es que el Reino de Dios se inicia por la iniciativa de un encuentro del esposo-señor con el hombre; y, el segundo es la separación que se realizará de aquellos que hayan sabido escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios.
Encuentro
En esta ocasión les invito a meditar sobre la primera idea: el encuentro entre el esposo y las vírgenes, que es una imagen del encuentro entre Dios que se acerca al hombre. Lo primero que tengo que subrayar sobre esta idea es que no es exclusiva de este capítulo, sino que es una idea que se encuentra presente en toda la Biblia; pues todas las Sagradas Escrituras son la narración del Dios que se hace cercano al hombre. Dios está interesado en compartir la alegría de su vida divina con el hombre y encender la llama del amor misericordioso en su vida.
Sin embargo, hemos de decir que en este hermoso capítulo y sobre todo en la parábola de las vírgenes prudentes, sobresalta de una manera singular y fácil de captar, la experiencia del encuentro personal entre Dios y el hombre, sobre el que se basa la construcción del Reino. En efecto, sin ese encuentro personal no se puede hablar de auténtica fe. Algunas interpretaciones de este texto han atribuido este encuentro en el periodo final de la historia, en la parusía o fin de los tiempos. Sin embargo – según algunos estudiosos bíblicos –, este episodio no es solamente un relato de la parusía, sino también la experiencia constante que debe vivir la comunidad: el encuentro en el ya de la historia con el Dios eterno.
Diez vírgenes
Centremos nuestra atención en la parábola: diez vírgenes que van al encuentro del novio. El relato está enmarcado en la tradición judía de las bodas en las que la novia tenía un cortejo de doncellas que portaban lámparas encendidas a la espera de que el novio llegase repentinamente el día de la boda. La novia (la Iglesia) y junto a ella sus invitados (los miembros de la Iglesia), están a la espera del novio (el Cordero, Jesús). Cuando el novio llega, alguien anuncia que fueran a su encuentro.
¿Qué sucede con las vírgenes o doncellas? Cinco estaban preparadas con el aceite de las lámparas y cinco no. El aceite simboliza la alegría, el entusiasmo, la vitalidad para entablar un encuentro. Cinco de ellas tenían prudencia para escuchar, discernir lo que necesitarían, para actuar (se proveyeron de aceite). Las otras cinco realmente no estaban dispuestas a recibir al novio, no eran prudentes sino necias, y no se prepararon para el encuentro adecuadamente. ¿Cómo estaban? Sencillamente indecisas y hastiadas de esperar tanto. Les faltaba el aceite de la alegría
Por su indisposición y necedad, realmente no estaban dispuestas al encuentro. Y el novio llega, las sorprende, se hace el econtradizo como la sabiduría de la primera lectura. Ellas se afanan en prepararse en el momento, pero el tiempo había pasado, el momento de que se diera el encuentro ya había ocurrido. Entonces la oportunidad de disfrutar la boda se ha perdido.
En la Eucaristía
La novedad es que mientras los cristianos estemos en la tensión escatológica que vive la Iglesia, en este ya pero todavía no, el novio viene a nuestro encuentro constantemente. Todos los días el novio llega a celebrar las bodas con su Iglesia en el sacrificio de la Eucaristía. Esa gran celebración en la que se unen el hombre y Dios, y por la cual el hombre se diviniza se realiza y plenifica en la Eucaristía. ¿A caso nosotros nos preparamos adecuadamente para celebrar esas bodas?
En la Eucaristía de este domingo yo puedo ser una virgen prudente, preparando bien el encuentro del Señor, visitando el Santísimo antes del encuentro con el novio, haciendo silencio interior, meditando las Sagradas Escrituras, trayendo al altar del Señor mis intenciones de oración y la de los más necesitados, rezando por aquellos que no creen en Él y pidiendo por el mundo entero. De esta manera estoy echando el aceite a la lámpara, porque puedo vivir de una mejor manera la Eucaristía, el encuentro con el amado.
Solo quien se prepara correctamente para la Eucaristía vive en el ya de la historia, el todavía no del futuro. Solo quien es capaz de abrir los ojos prudentemente, echando el aceite a su lámpara, puede contemplar la grandeza que celebramos cuando el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la Sangre de Cristo. Abramos hoy la lámpara de nuestro corazón y echemos el aceite de la alegría para dejarnos encontrar con el Señor.
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