Las críticas de los ateos y agnósticos ante la fe en Dios siempre culminan con el “problema del mal”. Esa crítica se resume en estas preguntas: ¿por qué si Dios existe e interviene en la historia no detiene el hambre, las guerras, la muerte, el dolor? ¿Por qué Dios permite que un niño sea violado, que una mujer sea asesinada, que una enfermedad consuma a una persona? Es un tema complejo que crea dudas, cuestionantes, altera, tambalea y pone en crisis. Hay muchos testimonios de personas que fueron creyentes y por preguntas como estas “dejaron de creer”.
¿Hay una respuesta ante el mal? ¡Sí! Pero evidentemente es una respuesta compleja, puesto que en el “problema del mal” no interviene solo Dios y su voluntad, sino la libertad del ser humano, el orden natural, la intervención del demonio, su misterioso poder e influencia en el mundo. Además, podemos diferenciar el mal en diferentes órdenes: de orden moral, económico, político, social, espiritual, biológico, ecológico, etc.
También hay que anotar que algo en lo que estamos de acuerdo todos los seres humanos. Ante el mal, el propio y el de los demás, los humanos manifestamos rechazo y cierta incomodidad. ¡Parece ser que nuestro diseño tiende hacia el bien! En otras palabras, nuestra esencia (lo que somos más allá de las apariencias) rechaza completamente el mal. Esto lo pueden comprobar ateos y creyentes.
1. El origen del mal
A lo largo de la historia muchos filósofos y teólogos, de diversas culturas y realidades, han intentado explicar el origen del mal. San Agustín es uno de ellos. Antes de convertirse al cristianismo esta pregunta lo aquejaba: «Buscaba el origen del mal y no encontraba solución», dice una cita recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica. Pero no solo él o dentro del cristianismo se ha intentado explicar el mal: hay varias religiones y doctrinas filosóficas muy atrayentes que lo han intentado explicar. Entre ellas las grandes religiones monoteístas como el judaísmo y el islamismo, otras religiones como el budismo y el hinduismo, doctrinas filosóficas como el maniqueísmo, el neoplatonismo y el pelagianismo, entre otras.
Es con el cristianismo, quizás por la influencia en la civilización occidental, con la que hay un gran choque de pensamiento ¿Cómo explicar el mal siendo creyente? Sobre todo, siendo creyente en un Dios omnipresente (está en todo lugar), omnisciente (conoce todo) y omnipotente (tiene poder), tal como lo predica el cristianismo.
2. Epicuro: discusión y respuestas
Para discutir este pensamiento, se suele utilizar la muy famosa paradoja de Epicuro (342 a.C.-270 a.C.), que, aunque no vivió en tiempos del cristianismo, su pensamiento es utilizado para refutar la fe en Dios. Lo cito a continuación:
¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.
¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.
¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?
¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?
Las respuestas varían:
- Existen dos seres uno bueno y otro malo, y hay como dos dioses, uno origen del bien y otro origen del mal; tal como lo explica el maniqueísmo y algunas religiones del Oriente.
- Otra explicación es que el mal es un ejemplo que se va extendiendo (el pelagianismo y de alguna manera J. Rosseau).
- Nacemos malos y todo lo material está orientado al mal, solo lo espiritual es bueno (como el neoplatonismo y algunas explicaciones del protestantismo).
Estas explicaciones son más complejas y no me detengo a dar todas los esclarecimientos posibles, puesto que no es mi intención hacer una exposición de ellas que lleve al lector a cansarse. Para el que lo desee puedo brindar bibliografía si me escriben al mail.
3. La libertad de Dios y del hombre
¿Qué respuesta da el cristianismo? San Agustín es uno de los autores que más nos puede ayudar a reflexionar en torno a este tema. Tiene una obra que se titula De Libre Albedrío, en la que explica cómo el mal no procede de un dios malévolo, ni el mundo es malo por sí. San Agustín tiene presente un elemento clave y fundamental en la respuesta cristiana ante el mal: la libertad del hombre. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, según la doctrina del Génesis y la enseñanza cristiana. Dios que es un ser libre, también nos dio esa libertad, porque solo quien es libre puede amar.
El relato del Génesis nos muestra cómo también podemos elegir: entre obedecer a Dios o desobedecerlo. El mal moral y el físico son productos de la desobediencia originaria. Ahí entró el pecado al mundo, entró el mal en la historia de la humanidad. El gran culpable del mal en el mundo es el mismo hombre. Dios no quiere el mal de la humanidad, pero tampoco “puede contradecirse”, no puede detener o impedir a quien hizo libre o las leyes que colocó en el mundo. Dios no es una especie de hada madrina que salva y resuelve nuestros problemas, es un Padre que respeta nuestra libertad.
Ciertamente creemos que Dios viene a nuestro auxilio cuando lo invocamos y por esa razón se dan los milagros. Pero también, no podemos controlar a Dios cada vez que queramos que nos salve de algo. Calentamiento global, guerras, hambre, corrupción, violaciones: ¿por qué culpar a Dios de algo que es culpa nuestra? Catástrofes naturales, enfermedades como el cáncer, accidentes ¿por qué culpar a Dios por eventos que suceden naturalmente? Es fácil encontrar culpable en lo exterior. Pero la libertad humana y el orden del mundo también tiene como consecuencias.
Hay una frase atribuida a Einstein, de la que no hay pruebas que sea suya, que tiene una gran fuerza ante el argumento de Epicuro:
«El mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos. Es como el frío que se produce en ausencia de calor, o la oscuridad que reina en ausencia de luz.»
4. El diablo
Aunque la figura del diablo en el cristianismo no es entendida como un semidios o un segundo dios que promueve el mal; sí se le conoce como un ángel que por ser libre se corrompió, es decir un ser espiritual que se hizo malvado, arrogante, envidioso y embustero. El Catecismo de la Iglesia Católica explica:
Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos) (CEC 391).
Las Sagradas Escrituras recogen la existencia de este ser desde el principio y al final de la historia, como alguien que está en contra de la salvación del ser humano (cf. Gn 3,4-5; Jn 8,44; 2Cor 11,14; Ap 12,9). Tiene poder, puesto que Dios al crearlo libre y espiritual, no “puede contradecirse” simplemente extinguiéndolo. Este ser intenta convencer al hombre de hacer el mal: lo tentó en el Paraíso y lo sigue tentando muchas veces. Él no hace el mal en el mundo, pero sí convence al ser humano de que lo haga. El demonio es el tentador, y quienes escuchan su voz son llevados al mal.
La clave para entender el poder del diablo y en definitiva el problema del mal es precisamente esta: Dios no puede contradecirse al quitar la libertad del ser humano y de los ángeles, por eso y con mucho dolor, permite el mal. ¿Pero qué respuesta da?
5. La misericordia: una respuesta de Dios ante el mal
La reflexión judía tenía presente el gran dilema: ¿si alguien es justo por qué sufre? También podemos pensar hoy ¿Por qué sufren injusticias los cristianos, aquellos que siguen a Dios y no lo desobedecen? El libro de Job y el libro de los Macabeos son una lectura recomendada para responder a esto. Se pensaba en ese tiempo que si eras bueno te iba bien, pero si eras malo te iba mal: la doctrina de la retribución. Pero algunos que eran buenos, les iba mal. Imaginemos el ejemplo de Jesucristo, él mismo siendo Dios y bueno tuvo que sufrir en la cruz ¿cómo responder ante esto?
Una realidad más allá de este mundo (es decir una retribución en los últimos tiempos) fue la respuesta. Tiene que haber (y la Iglesia cree esto, puesto que Jesús mismo lo explicó), un “lugar y momento” en donde el mal no exista y Dios reine completamente. Dios, que no se puede contradecirse, respetó la libertad del género humano y de los ángeles. ¡Entonces por amor y misericordia creó en Jesucristo una nueva forma de vivir! Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que muertos al pecado vivamos para la justicia (cf. 2Pe 21b-24). Dios mismo sufrió la consecuencia de nuestra libertad, venció la muerte (el principal mal del hombre).
Jesús se encarnó y sufrió el mal del pecado en la cruz. Él es nuestro Salvador: el asume nuestra condición humana para sufrir por nosotros. La nueva creación se inaugura con la resurrección de Jesucristo: la muerte, el principal mal del hombre, ha sido vencida. Escuchemos estas palabras. (Aquí mundo puede ser entendido como mal):
«Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.» (Jn 16,33).
6. ¿Entonces Dios interviene en la historia?
Nos podrían refutar que está bien: ¡Dios existe, pero solo es un espectador! Esto en la historia del pensamiento occidental se conoce con el nombre de deísmo: un creador a la manera de un relojero, que una vez que coloca sus leyes no interviene en su creación. Es quizá uno de los argumentos, en los cuales podemos caer, al querer aceptar a Dios pero no al mal. Así lo explica Juan Pablo II:
La separación de la obra de la creación de la Providencia Divina, típica del deísmo, y todavía más la total negación de Dios propia del materialismo, abren camino al determinismo materialista, al cual están completamente subordinados el hombre y su historia. (Audiencia General, 7 de mayo de 1986)
Esta doctrina niega la Providencia Divina: el hecho que Dios esté presente en su creación. La Revelación divina nos asegura sin embargo que Dios sí interviene en la historia: Dios no es un ser abstracto, sin relación, sin amor. La Revelación de Jesucristo nos muestra que es un Padre amoroso, que por amor nos creó y por amor quiere salvarnos. De hecho, si pensáramos así, negaríamos el evento de la encarnación de Jesucristo. ¿Para qué Jesucristo se hubiera encarnado? Para nada, puesto que negaría su sacrificio redentor. ¿Habría concordancia entre creer en Dios y en Jesucristo? ¡No! Puesto que a Dios no le interesan los hombres, tampoco Jesucristo sería Dios. Se ve la contradicción.
7. ¿Y por qué a algunos sí y a otros no?: Los Milagros
¿Qué puede más el amor de Dios para su hija o para un violador? ¡El amor para los dos! Dios escucha con dolor el llanto del que sufre pero respeta la libertad del que hace sufrir. Parece injusta esta respuesta, pero Dios “no se puede contradecir”. El misterio de la cruz revela ese llanto y dolor del silencio de Dios ante el sufrimiento: no por salvar a uno va a destruir a otros. Es una realidad “injusta” desde nuestra visión, pero lógica desde el misterio de la salvación. La libertad humana puede crear situaciones injustas y es producto y responsabilidad solo del hombre que no busca a Dios. No culpemos a Dios de situaciones que son responsabilidad nuestra o de los demás.
La intervención de Dios en la humanidad sucede generalmente para orientarnos, para alertarnos, para decirnos qué estamos haciendo mal. Nunca esa intervención va alterar o disminuir nuestra libertad. El mensaje y la acción de Dios siempre es una propuesta para la salvación. Los milagros son signo de su poder y son eventos extraordinarios de su amor infinito. ¿Pero por qué a unos y a otros no? Aquí hay una pregunta que rebasa mi capacidad de entender: en vez de por qué, deberíamos preguntarnos para qué. El salto que pido aquí es el de la fe. Confiar que todo pasa para nuestro bien (cf. Rom 8,28) implica saber que no es solo tranquilidad y evasión de problemas y sufrimiento; sino, sobre todo, confiar que aún en medio del mal mi Padre me va a alcanzar la salvación.
En un mundo de pecado, ni Dios mismo al hacerse hombre escapó de las injusticias. Esto nos enseñó Jesús: que ese Dios que es bondad y amor revelado en el Antiguo Testamento, nos diseñó libres y “al no contradecirse” va conduciendo a sus hijos para alcanzar la salvación. Algunos no van a obedecer a Dios, otros sí lo harán. El camino cristiano es el de asumir con valentía el sufrimiento, incluso en medio del propio sufrimiento. El dolor se vuelve para el cristiano en redentor, a ejemplo de Cristo. No es un desentenderse de la humanidad, es una acercarse al que sufre y al que llora, para mostrar el rostro de Dios misericordioso.
8. Una nueva forma de vivir
Con Jesucristo se inaugura una nueva forma de vivir: el Reino de Dios, en el que los que lloran serán consolados, los que buscan la justicia porque serán saciados, los que trabajan por la paz porque serán hijos de Dios (cf. Mt 5). Ese reino ya empezó en la Iglesia, la cual es germen y promotora, y en cada corazón de un cristiano que decide no pecar, que decide llevar amor en vez de odio.
Dios tiene una respuesta ante el mal: el amor. Y ciertamente no puede impedir que haya maldad en el corazón del hombre y que haya ciertas personas que sufran, puesto que Dios interviene donde la libertad del hombre lo permite. ¡Los milagros existen! Y Dios puede evitar una catástrofe, una enfermedad, una pandemia, una guerra; pero en muchas ocasiones, estas realidades son consecuencias de nuestros actos y otras lecciones de vida. Insisto, no creamos que Dios es malo, porque no se acomoda a nuestra forma de pensar.
La pregunta es ¿cuál es mi actitud ante el mal? Me quejo de la idea de Dios o ¡me pongo a mostrar su amor al mundo, tratando de que este cambie? Si lo pensamos bien, en nada ayuda que piense que Dios no existe, y me quejo del mal, si soy una mala persona; y al revés también: en nada ayuda que sea una mala persona si pienso que Dios existe. El llamado es a cambiar lo malo por lo bueno.
Conclusión
El mal es realmente ausencia de bien, como dice San Agustín; y los cristianos tenemos una respuesta ante él. Los ateos y agnósticos ante el mal son herederos de una gran tradición de pensamiento. Muchos de ellos son buenas personas, que ayudan y colaboran con extender el bien en la humanidad (inclusive son más justos que los cristianos). Pero, mi invitación querido lector, a pesar de todos los argumentos que pueda darte, siempre es a que tengas presente que creer en Dios es un acto de fe, que como dijo el papa Francisco:
Señor nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.
El mal existe, pero también el bien. Mira tu lado, en tu casa, en tu familia: el amor de tu madre, o de tu abuela, de la persona que te cuidó, ¿no es suficiente prueba del amor de Dios en tu vida? Lleva ese amor a los demás, y trata de extender el Reino de Dios a los otros.
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