Llega la Navidad y los cristianos nos preparamos para celebrarla. ¿Pero qué sentido le podremos dar a este acontecimiento? Una de las celebraciones grandes que tenemos en nuestra Iglesia católica es la Navidad, y para ello el Adviento que pronto vamos a iniciar nos preparara para llegar al nacimiento. La Navidad engloba la alegría, la esperanza de nuestra salvación y la vida eterna. Además, estas fechas tienen una orden: el de la Santidad. Somos llamados a renovar nuestro compromiso bautismal desde el amor.
Escuchemos a San Juan: «Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su único Hijo» (Jn 3, 16). La Navidad nos convoca hacia el amor, el amor se hizo hombre, se encarnó en el vientre purísimo de María, siendo uno de nosotros menos en el pecado. Jesús comparte nuestra humanidad. Su amor no es un amor ajeno o lejano, es un amor que trastoca cada una de las realidades humanas. Jesús con su amor se revela, rasga el velo del templo de los judíos donde unos pocos tenían acceso (Santuario del Templo) para ser accesible para todos.
“Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras, sus obras, sus silencios, sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9), y el Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadle” (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos “manifestó el amor que nos tiene” (1 Jn 4,9) con los rasgos más sencillos de sus misterios.” (CEC 516)
Jeremías nos dice: «Con amor eterno te he amado, Por eso te he sacado con misericordia» (31, 3c). Dios nos ama apasionadamente, nos dona a su único Hijo que nos amó hasta el extremo, que se hizo pequeño, pobre e indefenso, que se anonado, hasta tomar el último lugar. Hasta no tener donde nacer, entonces si Dios hasta ese punto nos ama, nosotros estamos llamados a ese amor. A dejarnos amar por Él, para amar como Él ama.
Los enemigos de nuestra alma siempre están al acecho para apartarnos del amor de Dios. Todo lo que hay en el mundo, lo que nos ha dado Dios. Cuando los usamos indebidamente y con libertinaje nos llevan al pecado. A la muerte de nuestra alma y del amor que nos da Jesús a través de su nacimiento. Toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera:
«Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios (ibíd., 3,18,7; cf. 2, 22, 4). (CEC 518)
Veamos 3 aspectos que debemos encarnar en este tiempo:
La alegría
A veces tenemos un concepto de alegría equivocada. La alegría que viene de Dios perdura, no es efímera o pasajera, ni se enfoca en lo material. No es algo solo externo que nos inclina muchas veces al vestirnos bien, estrenar ropa o tener una bonita cena en familia. La alegría de la Navidad supone un impulso del amor al mundo, a nuestros ambientes y áreas de vida para evangelizarlo, para hablar de ese amor hecho carne en un pesebre.
También debemos evitar todo tipo de “espiritualidad de fuga o evasión” hablamos de nosotros los bautizados llamados a la santidad desde nuestro bautismo. Nos dice Mt 5,48: “Sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo”. No es utopía: es la voluntad de Dios. El mejor propósito para esta Navidad es atreverse a asumir la vocación universal a la santidad y ponerse manos a la obra, desde la oración, vida sacramental y caridad fraterna. A vivir en el mundo, pero sin ser mundanos; o, dicho de otro modo: con los pies en la tierra y el corazón mirando al cielo.
La humildad
La humildad es un llamado importante que nos hace Jesús en este tiempo a través de su Iglesia, es el primer peldaño para esa felicidad que perdura: “Cristo se rebajó a sí mismo no para su propio beneficio, sino por nuestro bien; para justificarnos y darnos paz y felicidad”. (San Agustín)
Viene a mi mente ese momento en que se daba el nacimiento, en el silencio de la noche, como los reyes magos siguiendo la estrella encontraron al hijo de Dios Detengámonos en ese “encontraron”. Esta palabra indica búsqueda. Cada año que llegamos a estas fechas sería bueno replantearse desde el amor y la humildad, ¿cómo hemos asumido nuestra vocación al amor y a la santidad,
Hemos vivido tanto en este año, lleno de pandemia, crisis política, económica y desastres naturales. la lista puede continuar si nos vamos al ámbito personal. Dios nos está hablando, su voz resuena, con su nacimiento nos ha dicho que nos detengamos. Una vida que corre a 100km/h y donde perdemos de vista a Cristo en el pesebre, lleno de silencio, de paz y amor, ese misterio que nos hace aterrizar para ver hacia donde nos estamos dirigiendo, La invitación es a renovarnos en ese amor y que Cristo nazca en nuestros corazones.
Nacer
Puedo imaginar a Nicodemo llevando una mano a su cabeza en un gesto de quien no ha entendido nada. ¿Cómo es posible que un hombre vuelva al vientre de su madre? Lo que no comprendía este judío miembro del Sanedrín era que Jesús hablaba de un renacimiento espiritual y no de la carne. Jesús insistió, «no te maravilles de que te dije: Te es necesario nacer de nuevo» (Jn 3, 7) Pero Nicodemo, que era un hombre de conocimiento, no tenía idea de cómo volver a nacer en el espíritu.
La Navidad es: “Nacer de nuevo”. Recuerdo cuando una vez mi guía espiritual me decía: pida la gracia de nacer con Jesús. Poder nacer con el del vientre de la Santísima Virgen María, eso debemos hacer, eso debemos pedir, pero para ello hay que prepararse en este adviento. Tendremos este tiempo para junto con la Iglesia, que nos introduce en la penitencia ir avanzando en esta preparación para que suceda lo que nos dice San Lucas 2, 11: “Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor.”
Regocijémonos, por tanto, en esta gracia: “Su Nacimiento”. De aquí que el Salmista haya dicho: “Tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza. Pues ¿pudo brillar para nosotros mayor gracia de Dios? Teniendo un Hijo unigénito, lo hizo Hijo del hombre, y del mismo modo, pero a la inversa, hizo hijo de Dios al hijo del hombre. “Busca el mérito, busca el motivo, busca la justicia, y ve si encuentras otra cosa que no sea la gracia.” (San Agustín)
0 comentarios